Las gotas de lluvia simples, sinceras, dulces, tristes transpasaban su fina piel. La misma que tiempo atrás tocaba. Ella era la misma, la misma persona que cuando estaba triste lloraba o cuando estaba alegre, enfadada o asustada hacia lo mismo llorar. Era su método de defensa frió y mecánico. Como una máquina que se pone en funcionamiento con las primeras emociones. Odioba sentir tanto pero al contrario, su forma de ver el mundo le asombraba y la absorbía .
Todo los días venía algo diferente, deseaba el malestar en su cuerpo. Necesitaba sentir ese semblor en todo su cuerpo para estar más cerca de todo y más lejos de ella misma. Era extraño pero real. Su miedo a su ser pequeño, despiadado, desordenado y triste.
Las gotas la mojaban mientras caminaba por los bordillos de aquel extraño muelle. En una mano una carta apunto de destintarse, en la otra preciado ipod. Cerraba los ojos fuertemente y deseaba desaparecer, implosionar, dejar de existir, soñar, ser libre, vivir a su manera... todo menos lo que hacía. Llego al mar, sintió un despreciable y familiar estruendo en su interior. Dejo el ipod y la carta en una roca. Y saltó.
En la carta podía mil cosas bonitas y otras mil tristes, algo que le daba mucho que pensar y más que sufrir.