Sobrevoló un momento en el que todo parecía perfecto. Cada instante era distinto. Las luciérnagas aparecían cuando menos te lo esperabas. Su normalidad era un tanto peculiar aunque en ese instante se movía hacía su cafetería para bailar acorde a su verdadero compás.
Sus problemas se aminoraban con una taza de café. Sus manos transpiraban anécdotas y así se adueñaba de ellos. Era su locus amoenus con un café y coches que iban a gran velocidad.
Su pelo mostraba su personalidad: alocada y en el fondo con muchas ganas de amar. Su color el marrón y su bebida el ron; con cada gota su espíritu daba un bote. Frágil y difícil a la vez. Las sombras mostraban un pasado un tanto incierto. Las lágrimas no eran comunes en él, en cambio la melancolía iba de su mano y bailando al mismo son.
Las esdrújulas sus palabras favoritas y las mujeres junto a la música su verdadera pasión.
En noches oscuras contemplaba un singular ritual. Buscaba una azotea, la más alta que encontrase; insertaba un cd de rap, pop, jazz… o lo que fuese (total que dijese algo más que una letra de amor enlatado o ritmo sin alma). Después pintaba las calles, paredes, casas… con frases de libros, canciones, filósofos o de alguien que expresase lo que realidad pasase.
Era de estatura media, intentaba pasar desapercibido porque tenía que guardar las formas aunque le costase la vida.
Hacía veinticinco años de la primera vez que había sonreído. Y odiaba donde vivía, más bien simplemente odiaba vivir. Los coches iban a toda velocidad era la única diversión de la mayoría de la gente. La ciudad había capturado a la naturaleza.
Su vida era tranquila y monótona se solía despertar con los estruendos de las bombas de la noche.
Un día corriente, simplemente igual que los demás. Se despertó con una de las numerosas bombas que chillaban en la noche. Sus ojos se abrieron, fue distinto, tenía un presentimiento como cuando sabe que vas a querer a alguien tras mirarlo por primera vez.
Intentó volverse a dormir no obstante su corazón quería salir sin ningún motivo.
Eran las cuatro de la mañana, se levantó de la cama. Encendió el ordenador tras tomarse un café. Y empezó a escribir: “¿Por qué sólo quieren hacerse escuchar?”
Cuando había terminado su primera frase, sonó el timbre. Una mariposa, para él un objeto extraño sin sentido alguno. Lleno de colores y con un preciado olor.
Volvió al ordenador, extrañado. Se sentía algo diferente, en shock. Como cuando te despiertan con un jarro de agua fría. El la denomino esperanza, a la mariposa. Por eso era lo que le había dado. Una mariposa le había mirado, captando el instante de sus ojos.
Dejó el ordenador encendido, removió todos los cajones buscando un colgante de cuando era pequeño.
Se sentó encima de la cama pensando donde podría estar. Era un regalo de su abuela en uno de los primeros veranos con ella. Contenía un elefante con la trompa levantada. Lleno de colores; azules, verdes, rojos y amarillos. No obstante cuando comenzó a crecer se olvidó de él. Era un suspiro a su monótona vida llena de tecnología, mediocridad y un absurdo positivismo bañado por la crueldad de la gente.
Los veranos con su abuela era donde se podía alejar de todo ello. Era uno de los pocos lugares que quedaban. Pero a a pesar de ello, el urbanismo la absorbió como a su abuela. Ella nunca volvió a ser la misma. El cambio del olor de hierba o de su manzano por el asfalto o del frio metal, la dejó trastornada.
Comenzó a revivir recuerdos, frases, olores como las magdalenas de chocolate o la mermelada de arándanos de ella.
Cree que ella fue la que lo guió a ser como es. Sus manias, sus absurdos motes. Pese a que el más importante fue el suyo, sólo llamaba “babe” a alguien que quise mucho, y por ahora solo la había llamado a ella.
Babe, llalla, abu nombres que significaban una esperanza, un cambio o más bien la parte del mundo que nunca cambia; esa pureza imprefecta, inocente y algo infantil.
Los días pasaban como si nada, era como si su vida se hubiese parado y no encontrase el botón de “play”. Deseaba buscar movimiento, acción, algo que le emocionase como la mirada de la mariposa, de su bolboreta.
Después de semanas se volvió a despertar con otro “boom”. Este más fuerte, hizo que se moviese todo su edificio. No entendía como las bombas se hacían cada vez más fuertes, sonoras y temidas. Pero lo peor era que nadie parecía importarles. Todos seguían durmiendo como si las nubes fuesen de algodón rosa.
Estaba enfadado, simplemente porque lo había desvelado y su hermoso sueño desvanecido. El ya había dejado de enfadarse con la gente ya que parecían un rebaño de ovejas guiado por un pastor cruel y perspicaz.
Volvió a encender el ordenador, esta vez con un capuchino bien helado. Quería escribir plasmar lo que de verdad pasaba y nadie se dignaba a ver. Esperaba volver a encontrarse a ese curioso animal con su divertida policromía. Sabía que decir que decir pero no como hacerlo. Se pasó toda la noche freten al ordenador, pensando como transmitir lo que sentía. El despertador sonó, se vistió y se fue a trabajar.
Impartía clases o más bien explicaba lo que todos le obligaban a enseñar. El control era riguroso, severo. Su temario estaba marcado minuciosamente por el Estado. El estaba vigilado por cámaras, por si algún pensamiento contradictorio al régimen se le escapaba.
Sus clases, eran poco relevantes como su triste vida. El no quería enseñar porque lo que mostraba era un tanto irreal. Sus alumnos eran espectadores de un juego de títeres, pero lo tétrico es que pensaba que era la misma vida. Sin embargo ellos entendían en una minúscula parte que eso no era real. Sus clases mostraban el panorama del mundo.
Hablaban sin saber, no querían entender, solo ser guiados. Menos unos pocos escépticos sospechaban que la elegancia que la gente aparentaba no era más que una triste farsa donde el engaño y la hipocresía dominaban todo.
Mientras recitaban los versos de Espronceda, una mirada penetró en el. Era ella dulce, ensoñecida cuando sonreía hacía que el universo se parase para mirarla. Parecía como si residiese la mariposa en su ser, y sin querer se fijó en ella.
Entendía que sólo la podría mirar, sentir, ayudar, enseñarle lo que no apareciese en aquellos libros censurados pero nunca la podría tocar. Llegaría a ser su musa dentro de una vasija de cristal. En ese instante obtuvo otro sueño, y como siempre lo encadeno en un cajón como muchos otros. Y pocas veces los sacaban a la relucir normalmente en las noches que las estrellas zapateaban con la luna.
Pensó en enamorarse en un minuto pero al instante recapitulo, eso era amor. Odiaba el amor puro o era tan cobarde para entenderlo.
Pero Bea lo seguía mirando con esa dulzura y esa perversión que tienen ciertas niñas. En su mente sonó la palabra babe.
La clase templó y seguido. Serían las bombas, todos pensaron. Sin embargo no era así. Nunca lo sabría pero la policía había hecho explotar un coche con cinco personas dirigentes de una organización clandestina a favor de la libertad; uno de los ocupantes era el padre de Bea.
Después de sus rutinarias, volvió a clase y pensó en el estruendo. Era extraño no había sido como los otros.
Empezó a soñar, y un recuerdo llamó a la puerta; se acordó de su único encuentro con el padre de Bea. Los dos amaban lo que hacía el otro. ¿Dónde volaran las golondrinas esta vez? Dijo el padre. El susurró donde menos te lo esperes el viento las llevará allí. Los dos sonrieron, fue un sé todo de ti y tu de mi.
Esa tarde sintió que todo le sobrepasaba. Ese mundo de metal había ganado la partida hacía años ya que el último strik había sido en su contra. Aunque nunca pensaba en ello. No quería aceptarlo. Sabía que esos momentos serían definitivos.
Se tomó el mejor café que encontró junto a un trozo de pizza y por fin escribió todo lo que tenía que contar.
Esa noche fue muy larga, tan larga que las estrellas dejaron de brillar para que una mariposa pudiese volar sin que nadie la viese. En esos momentos, la ciudad dejó de ser un poco mas especial ya no sonaría Mozart o Janis Joplin en las noches más oscuras, ni jóvenes podrán ver el mundo de otra manera, ni el aire sabrá a azúcar.
Después de varios días Bea vio una mariposa que la guió a un lugar donde el café por una vez sabía a café y los libros no manipulaban masas simplemente contaban historias. Encontró las llaves debajo de una maceta las cuales abrirían aquel preciado lugar, era su gran regalo.
Ese espacio la haría ver el mundo como lo veía su padre y el, Daniel.
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