martes, 10 de enero de 2012

Mi caos patente.

Una sonrisa enclaustrada quiso salir al mundo donde el gris era el color favorito de la mayoría de las personas donde la crítica regia la vida de todos sus habitantes. Critica siempre se burlada de sus lacallos.

Se supone que escribo, porque se ven letras.
Se supone que respiro, porque el aire llega a mis pulmones.
Se supone que como, porque no me ven desnutrida.
Se supone que lloro, porque las lágrimas se escurren porque mi cara.
Se suponen muchas cosas, tantas que dudo que me puedo a ponerme a contarlas y tan pocas ciertas.

Después de mucho tiempo, salía de casa. No sabía como moverme, intentaba sonreír pero no podía. ¿Te acuerdas de que si aprendes a montar en bicicleta nunca te olvidas? Pues en el tema de la felicidad es diferente. Si te olvidas de ella, es casi imposible volver a recuperarla.

Como en muchas historias, haré una marcha atrás para que me ayudeis a descubrir donde me olvidé la maleta donde guardaba mi reducto de botes de purpurina, mis chicles y esos te quieros que todavía no había dicho.

Mi vida había estado llena de historia de amor, era siempre la chica de alguien. A mi gustaba eso me sentía segura, como que mis historias de amor era una mascara que salvo guardada mi pequeña identidad. Tan pequeña que a veces, se me olvidaba que tenía. Mi vida era monótona, juegos de cama, te quiero (sin sentido y sin sentimiento), borracheras con licores blancos, ropa estilo años sesenta, charlas banales.

Pero todo eso cambió, un chasquito cambió la receta de mi absurda felicidad.


Una noche estaba bebiendo un estupendo daquiri en una terraza del centro, y apareció él. Portaba una cerveza en la mano, y una sonrisa que no había visto antes. Recuerdo que cuando lo ví me pareció tan vulgar que me empecé a reir. Se sentó a mi lado y estuvimos hablando toda la noche, fue como un sueño. Todavía tiemplo al recordarlo. Fue como despertar del sueño inerte de mi vida. El me conoció con una mirada, y yo me reí de el. Fui tan gilipollas, aunque siento que si no hubiese conocido ahora mismo estaría aspirando cosas que ayudan a mejorar el espíritu.

No lo volví a ver nunca más, fue ese el detonante. Fue el que me robó mi preciada maleta, lo sé.

Tras él perdí todo mi cordura, mi felicidad, mi mascara, mis martinis, mis pequeños cortes, los chicos de mi vida que no valían nada, y al fin aparecí yo.

La sonrisa salió a la calle son vista de destronar a la critica y llenar la calle de colores.





1 comentario: